martes, 19 de enero de 2016

¿Se puede hablar de pintura? Qué nos dicen las pinturas

Qué nos dicen las pinturas

Tengo ante mi un panel donde hace tiempo pegué reproducciones de algunas pinturas y esculturas que amo: una escultura griega clásica –un torso de mujer de espaldas- un detalle de un códice medieval, una de las “Anunciaciones” de Fra Angélico (la que está en el Museo del Prado), una Madonna de Giovanni Belllini, dos Vermeer, un autorretrato de Rembrandt anciano, una de las catedrales de Monet (“Día gris”), un sector de la puerta de Vaticano hecha por Giacomo Manzu, un paisaje de Bonnard, un detalle de los nenúfares de Monet que parece un Pollock, una figura de Cézanne, una acuarela de Morandi.













Estas imágenes transmiten distintas emociones e ideas: la fe religiosa que percibimos en un Fra Angélico, la pequeñez del hombre ante Dios en un códice medieval, la belleza del cuerpo humano en una escultura griega, la sabiduría de quien vivió en un autorretrato de Rembrandt, el cambio o lo fugaz en Monet, lo solidez de la forma en Cézanne, la alegría, la vitalidad en Bonnard,  el equilibrio entre la sensibilidad y la fuerza en Manzú.
Son voces de un coro, cuya canción es la vida misma. No hay mejores o peores, sólo diferentes aspectos de la vida que, alternativamente, se destacan. Algunos cantan a lo cotidiano, a lo simple, como Morandi, otros a la idea de infinito o de Dios, a lo eterno, como Fra Angélico. Están el nacimiento y la muerte, lo efímero de un momento de luz y lo permanente de una forma clásica, de una idea.
Unos describen con detalle la escena, que nos aparece clara y sin sombras. Otros dejan sectores en oscuridad o bien abstraen la anécdota de los detalles para mostrarnos la forma en su majestuosidad.
Algunos pintaron a partir de modelos presentes, otros motivados por ideas, sensaciones o recuerdos.

La pintura como espejo de la realidad, la pintura como refugio ante la realidad.
Entre el primero y el último transcurrieron más de 2.000 años. Sin embargo, no es mejor el último que el primero. No hay progreso. Una verdad nueva no invalida a las anteriores.
Sin embargo hay diferencias; Bonnard o Morandi en el S XX pintaron con el conocimiento de lo que se había pintado hasta ese momento. Pintaron con conciencia de la paleta cromática de Monet, por ejemplo, algo que no le sucedió a Rembrandt o a Vermeer.
Algunas obras pertenecen a lo que llamamos vanguardias –Impresionismo-; otras deliberadamente entroncan con formas tradicionales previas, como Manzú.

¿El hecho de configurar una vanguardia, agrega o quita valor a dichas obras? Creo que el valor de estas obras está en las verdades que contienen, que el artista percibió y supo manifestar a través del lenguaje plástico, es decir, es intrínseco a la obra.
Las obras de arte que nos conmueven lo hacen no por haber formado parte de una vanguardia, sino por lo que son en si mismas.
Los frescos de Masaccio de la capilla Brancacci nos hablan de hombres y mujeres, de fe, de maldad, de traición, de compasión, más allá de que el que los mira conozca o no la circunstancia histórica de que en el momento en que fueron pintados introdujeran una concepción espacial –la perspectiva clásica-, que los constituye en vanguardia.
En cada obra está el hombre que la hizo, y en cada hombre está su época. Por eso, y por cómo fueron hechas, hoy nos siguen hablando.

Entonces, dados los hombres, dadas las épocas, ¿qué nos queda?
Nos queda el cómo, es decir, el lenguaje. Y también queda un resto no analizable, de lo que no se puede hablar, podemos decir que se trata de lo inefable, que es lo que reconocemos como hecho artístico.
De lo que si podemos hablar es de su manera de estar hechas, del lenguaje plástico.

[parte 3/?]



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