INTRODUCCIÓN
El mensaje en la botella
Estas reflexiones sobre el lenguaje de la pintura surgieron a partir de mi necesidad de
aprender a pintar.
Durante más de treinta años, y aún hoy todavía, he
estado buscando comprender el lenguaje de la pintura, estudiando y pintando.
Concurrí a la Facultad de Bellas Artes de La Plata, donde conocí a quien fue mi
maestro, Osvaldo Attila, quien me enseñó las bases del pensamiento plástico.
Sin embargo, lo más frecuente fue el hecho de enfrentarme a un gran páramo en lo que a
la enseñanza del arte se refiere. Tanto es así, que durante un tiempo, y hasta
encontrar a mi maestro, dudaba si había algo que pudiera enseñarse respecto a
cómo aprender a pintar.
La mayor parte de los puentes de la enseñanza se han
roto. Hoy en día, el criterio hegemónico en las escuelas de arte es que no es
necesario aprender a dibujar ni a pintar. Criterio, por otra parte, compartido
y sustentado por gran parte del mercado del arte, los museos, los críticos de arte
y algunos galeristas. Peor aún, la mayor parte de los profesores se formó fuera
de las tradiciones académicas de la enseñanza, es decir, no pueden, no saben,
dibujar ni pintar, y por lo tanto, no pueden enseñar lo que no saben y ni
siquiera tienen conciencia de lo que desconocen. Intentar hablar con ellos es
como hablar en un idioma extraño. En el mejor de los casos, se formaron bajo la
idea de la vanguardia artística como el valor fundamental. Lo nuevo hace
despreciable lo viejo. Dibujar a partir de la observación del modelo es algo
tan obsoleto para ellos como el ferrocarril a vapor.
Con el fin de que los alumnos generen obran “nuevas”
procuran que su originalidad no se vea mancillada por la influencia de lo que
se pintó durante miles de años antes que ellos existieran. Procuran la autoexpresión
como garantía de la originalidad, de lo nuevo, de lo no contaminado.
Bastan unas pocas horas durante algunos meses en el
taller de dibujo o en el de pintura para que el alumno se vea lanzado o
desafiado a generar su propio proyecto artístico, considerándolo como a un
profesional del arte. Todos somos artistas es el lema; y no es necesario
esfuerzo alguno por incorporar nada, ya que todo lo que se requiere lo llevamos
dentro.
La formación, que llevaba a cualquier artista al
menos diez años de su vida, hoy se ve reducida a unos pocos cuatrimestres.
Hay, por supuesto, otro tipo de acercamientos a la
pintura que importan mayor profundidad, aproximaciones teóricas desde la
historia de arte, desde la sociología, desde la semiótica, desde la filosofía,
que en general no cubren el aspecto del análisis y la reflexión sobre la forma,
en el sentido del aspecto formal, en que
se ha pintado a lo largo de la historia. Es decir, no “leen” las pinturas, sino
libros sobre pintura.
Y sin embargo la pintura se resiste a morir; hay jóvenes hoy que, como yo años atrás, buscan con inquietud y entusiasmo comprender el
lenguaje de la pintura, así como maestros que puedan transmitirlo.
La mayor parte de los puentes de la enseñanza del
arte se han roto. Sin embargo los pintores no somos más que eslabones de una
cadena, maravillosa cadena humana.
Es por eso que estas palabras intentan ser un mensaje en
una botella, que espero llegue a sus destinatarios naturales y les sea útil. Es
un enfoque que se construye desde el ver, basado en el arte mismo, en lo que
nos dicen las obras. No es una historia del arte, sino en todo caso una mirada
acerca de los medios plásticos de que se valieron los artistas en distintos
momentos de la historia, un análisis de dichos medios y, en suma, un viaje de
conocimiento dentro del lenguaje de la pintura, ya que sin conocimiento no hay
posibilidad de libertad.
Y la libertad es condición de la creación artística.
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